lunes, 14 de junio de 2010

Un poème, sa morale et la mien, nos libertés...

Que triste sentir ese invierno en el cuerpo,

del color negro que asusta, de los largos

de los cuerpos negros, de las siluetas surrealistas

que no me agobian, que me gusta ver, a pesar del miedo.

Se sienten como perchas pesadas, colgantes

con alas avaras de ancho, y largos copetes

cinturas tan finas, generan eso que tienen los cuadros de Petorutti

los esbozos de Frida, o las sinfonías de Nietzsche.

Las manos, y siempre las manos; los pechos

son recurrentes, anacrónicos,

simples a primera vista,

de increíble complejidad sobre su análisis.

Son los pies, son los dedos, o los ojos y los relojes

la ausencia de ellos, la presencia de otros,

lo prohibido, lo tirano, sus lejanías que aparentan ver

cuerpos desnudos; las dualidades percibidas sobre los peinados altos.

Me invaden esos rostros, extraños

como que quisieran decirme algo, sin decirme nada al verlos

solo convidan una parte de su significado, con nosotros; pobres humanos

de carente sabiduría, y de espíritu vago.

La belleza que no se ve, o que cuesta ver

el desprecio que siento hacia la masividad que lo ignora,

las máquinas, los anillos, la sensualidad;

crecen y ya no trato de pararlas, porque en todo ello encuentro mi propia libertad.